A MIS AMADOS DESCENDIENTES Y COLATERALES…

 

A falta de algo más valioso qué legarles, les dejo los hallazgos que he hecho durante mi periplo por la tierra-ávido de conocimientos que equivocadamente atribuí a sabiduría- hasta cuando, no hace mucho, llegué a la conclusión de que esta es muy otra cosa, y que la diferencia entre el erudito y el sabio consiste en que el primero sabe como se debe vivir y el segundo sabe vivir. Hay pues un abismo entre el uno y el otro.

Desde cuando aprendí a leer, a los diez años de edad, mientras me ganaba la vida trabajando duramente en las labores agrícolas, oficio que fue de mis padres, de quienes aprendí que el trabajo “ennoblece y dignifica” y que laborar de sol a sol, sin ningún tipo de prestaciones sociales, como entonces se estilaba, era el sino irrevocable de todo “buen cristiano”, con lo cual tal vez querían significar “buen ser humano”, título que no merecían las gentes citadinas, a las que se referían con el remoquete de “filipichinas”, que aún no he podido averiguar de donde proviene, aunque soy muy consciente del alcance despectivo de tal expresión. Desde cuando aprendí a leer- repito- el mundo para mí tuvo una dimensión de biblioteca y adquirido el hábito de la lectura, ya nunca más pude desprenderme de él, porque un mundo sin libros no tiene-para mí- razón de ser.

Mi primera cartilla fue el “ALMANAQUE DE BRISTOL”, que era la “biblioteca” de todo agricultor, así fuera analfabeto como el 99% de mis hermanos de clase lo eran, entre otras razones porque entre nosotros esto constituía algo así como un sello de distinción, del que hube de excluirme debido a mi interior imperativo vocacional.

Cuando- a los catorce años- fui a la escuela urbana durante un año, en que fui promovido de primer grado a tercero- siendo este mi bagaje académico total- avizoré el universo de los libros en el cual me sumergí hasta los hombros, en busca de la piedra filosofal de la sabiduría, la que creí haber hallado hasta cuando me convencí de que me había convertido en un enorme catálogo de citas, que lejos de beneficiarme, me había fatalizado la existencia, haciéndomela más triste y más vacía que la del niño campesino que alguna vez soñó con ser algo más que un jornalero anónimo, sin brújula ni norte y cuyo único horizonte era el muy doloroso y trágico de las víctimas de la ignorancia, que es con mucho, la mayor maldición de la humanidad.

Me correspondió vivir en una época en que estaba de moda ser ateo y no fui yo la excepción. Dios andaba exiliado de sus propios dominios y creer en ÉL resultaba desdoroso para cualquier aprendiz de intelectual, como por esas calendas pretendía serlo yo. El resultado fue que me hundí en un mar de incredulidad, de dolor y de desesperanza, de la mano de los filósofos del escepticismo, ciegos guías de ciegos. Pero no todas mis lecturas fueron de tal naturaleza y el contacto con los autores positivos, o inspiracionales, como prefiero llamarlos, se constituyó en mi tabla de salvación, cuando un día en que me detuve a hacer un balance y me encontré con que tenía muchísimo más al Debe que al Haber, tropecé de frente con el imperativo de cambiar de rumbo, o perecer…

Y de los dos caminos elegí el menos tortuoso, el menos frecuentado y el único sensato: me decidí a cambiar, le di un giro de ciento ochenta grados a mi vida, y ello fue redentor. Cambió mi mundo; de oscuro y perverso, devino en amoroso y promisorio, de triste y agobiante, tornóseme en alegre y luminoso. Comprendí entonces que si no nos es dado cambiar a los demás, sí está dentro de nuestros privilegios el de cambiarnos a nosotros mismos, el de liberarnos de nuestros temores, de nuestros prejuicios, de nuestros hábitos indignos y de nuestras tendencias egolátricas, transmutando en positivo todo lo negativo que nos ata al pasado, envilece el presente y oscurece el futuro.

La fórmula es sencilla: “si quieres que el mundo cambie, cambia tú”. Esto es: si quieres que te den, da tú primero, si quieres que te escriban, escribe tú primero, si quieres que te digan bellezas, di tú bellezas primero, si quieres que te comprendan, comprende tú primero, si quieres que te amen, ama tú primero, si quieres ser feliz, ayuda a los demás a ser felices, si quieres progresar, ayuda a los demás a lograrlo, si quieres cosechar buenos frutos, siembra buenas semillas, si quieres que se hable bien de ti, habla bien de tus congéneres. La lista es interminable, pero en esencia lo que quiero dejar claro es que “somos los arquitectos de nuestro destino” y que con los materiales que nos fueron dados podemos edificar un palacio espléndido, o una choza miserable, oscura y mal oliente.

La vida es una escuela a la que hemos venido a mejorarnos y a capacitarnos para más altos desempeños, en una dimensión más elevada, en la que lo aprendido nos habilitará para asumir cargos de mayor jerarquía, según sea nuestro designio, pues en el universo rige la ley del libre albedrío, contra la cual ningún recurso procede.

Pues que somos lo que pensamos que somos, ya que el universo es mental, se puede decir con propiedad que lo mismo si estamos mal que si estamos bien, nuestro estado actual es la consecuencia de nuestro modo de sentir, de pensar, de hablar y de actuar. Siendo esto así, a nadie más que a nosotros mismos se debe lo que somos y así como ayer edificamos nuestro presente, hoy estamos edificando nuestro mañana, pues no hay acto alguno que aquí ejecutemos, que no nos traiga consecuencias, para bien o para mal.

En el universo no existen las casualidades, sino las causalidades; nuestra responsabilidad es indelegable y por más que lo intentemos, no podremos echarle, válidamente, la culpa a nadie, de lo que nos pase, pues ha sido generado por nosotros, lo mismo si es bueno, que si es malo. Basta un simple ejemplo para dejar sentado de modo incontrovertible este aserto: ama y te amarán, odia y te odiarán. Así de sencillo, porque somos emisores-receptores. Lo que emitimos vuelve a nosotros aumentado, por ley cósmica. 

Nada de lo que hasta aquí he escrito, tal vez constituya una novedad para nadie inteligente, y afortunadamente todos Uds. lo son; y si esto es así, ¿ entonces por qué tomarme el trabajo de escribir estas páginas a modo de testamento? Pues porque por experiencia sé que saber algo bueno no es lo mismo que vivenciarlo, sumarlo a nuestro haber y colocarlo entre nuestros activos más valiosos. Saber algo redentor y no aplicarlo, es lo mismo que ser muy rico y vivir como un mendigo, que tener la clave de un tesoro y no utilizarla, por abulia, porque “es mejor malo conocido, que bueno por conocer”, lo cual no sólo es absurdo sino además insensato, y sin embargo, ¿ no es eso lo que hacemos con tan inusitada frecuencia?

Resumiendo, lo que quiero vehementemente compartir con Uds, con la sola condición de que lo compartan con sus descendientes y con todos los de su entorno, es que el mundo es la escuela a la que fuimos enviados a autorrealizarnos, y que si no aprobamos el curso, deberemos continuar como “repitentes” hasta que lo aprobemos satisfactoriamente, porque la vida es una maestra amorosa, pero también implacablemente rigurosa, con los alumnos díscolos y testarudos. No existe pues, la “mala suerte”, sino la ley de causa y efecto, o karma que dicen los orientales, lo cual quiere decir que cosechamos lo que sembramos y no ninguna otra cosa, como con frecuencia lo pretendemos, atolondradamente.

Es legítimo querer ser felices, pero ello entraña un pequeño e ineludible requisito: esforzarnos porque nuestros hermanos, en la Vida, lo sean. Y, digo en la vida, porque todo cuanto existe tiene vida: las piedras y todo lo que llamamos reino mineral, vegetal y animal, al que pertenecemos, es parte integrante de la Vida universal, de donde se desprende que tanto lo que hagamos a nuestros hermanitos menores, como a nuestros hermanos en la humanidad, nos acarreará beneficios, o perjuicios, según que sean benéficos, o pérfidos nuestros procederes hacia ellos, porque el Universo nos devuelve lo que le damos, acrecentado. Quien causa sufrimiento, deberá sufrir en igual proporción, porque tal es la Ley y ella es insobornable, e inmutablemente estricta. Quien hace el mal cosecha males y quien hace el bien cosecha bienes, creámoslo, o no. Lástima que estas verdades no se enseñen en las escuelas, porque de saberlas los niños y jóvenes, el mundo tendría menos delincuentes y muchísimos más ciudadanos constructivos. Es deplorable que nuestros mentores “espirituales”, por ignorancia o por mala fe, nos hayan oscurecido el horizonte y enrarecido la vida, en vez de iluminárnosla, como lo pretenden, mediante la imposición de dogmas absurdos y esclavizantes que forman parte fundamental de su pedagogía de la pequeñez, mediante la cual tienen a buena parte de la humanidad literalmente “comulgando con ruedas de molino”, mientras el “pecado” de que tanto hablan y sin el cual no tendrían razón de ser, ha hecho del mundo un infierno de dolor, en que la miseria de todos los géneros se ha erigido en la dueña y señora de la vida de la gran mayoría de la humanidad, que ha tenido la desgracia de seguir a tales maestros y contagiarse de su ceguera perversa.

Hay algo que es fundamental comprender y es que no es lo mismo religiosidad que espiritualidad, pues buena parte de lo que entendemos por religioso tiene más de materialismo, que de otra cosa, mientras que la espiritualidad comporta el predominio del espíritu sobre la materia, que es inconsistente y perecedera, mientras que el Espíritu es inmutable y eterno.

Y esto nos lleva a formularnos una pregunta trascendental:

¿ somos un cuerpo, es decir, materia ilusoria y condenada a hundirse en la noche terrible de la muerte y desaparecer sin dejar rastro, o por ventura somos entidades espirituales, viviendo una experiencia material?. Porque si somos un cuerpo la vida no tiene sentido y el Hacedor del Universo parecería más un ser insensible y hasta sádico, que un Padre sapiente, indulgente y amoroso, como los textos sagrados afirman que es Dios.

¿ Por qué traigo a colación este asunto, cuando la mayoría de la gente vive inmersa en cosas baladíes, pequeñas y pasajeras,

 en las que predomina el egoísmo con todas sus secuelas, sin detenerse a reflexionar acerca del verdadero sentido de la existencia?, pues porque dentro de cada uno de nosotros hay una cierta consciencia, una como voz tenue, pero persistente, que nos dice que somos emanación de la Consciencia Eterna y que en ella “existimos, nos movemos y somos”, desde siempre y para siempre.

Ahora bien: si fuésemos un cuerpo, entonces literalmente no seríamos nada, en cuyo caso ningún sentido tendría ser correctos, pues ello equivaldría a ser muy malos negociantes, ya que el engaño, el robo y el pillaje, que es la divisa de la gran mayoría, daría mejores dividendos que ser bueno, lo cual implica privarse de muchas cosas tentadoras que se pueden adquirir con el dinero mal habido- por ejemplo-, pues de lo    que se trataría sería de vivir lo más cómodamente posible, mientras llega la muerte que es el fin de todo. De ello ser así, no podría ser más sombrío el panorama, ni la vida más absurda, desolada e infame.

Veamos ahora la otra cara de la moneda, en la que no somos un cuerpo, una forma perecedera como todas las formas lo son, sino una entidad espiritual, inmutable y eterna, viviendo una experiencia temporal, enfundada en una especie de armadura limitante y opresiva, haciendo una maestría para luego ascender hacia una dimensión de luz, en donde no existen las ataduras a las que aquí estamos sujetos, porque en el reino de la perfección no hay lugar para el dolor, el miedo, la carencia, el egoísmo,

 el desamor, ni la injusticia.

Noten que no he hablado de religión, que es un vocablo que proviene de una raíz que significa “religar”, o sea ligar lo que se había desligado. Y no he hablado de ser religioso porque para nadie es un secreto que la “ religión” ha servido para cometer y prohijar toda suerte de abusos e incontables iniquidades de que la historia de la humanidad está repleta, aunque esto no impide que reconozcamos que ha habido y hay muchísimos religiosos auténticos y altísimamente beneméritos, que han sido y son verdaderos paradigmas de religiosidad, que es equivalente a bondad, cuando es del alma que brota.

Quiero recalcar que no está dentro de mis presupuestos el hacer prosélitos, pero lo que sí estoy en el deber es de recalcarles la diferencia que hay entre ser constructivamente creyentes y ser incrédulos, sin esperanza y sin norte- sin pretender influir en su libérrima decisión, de la cual Dios mismo es respetuoso- pues por algo nos hizo entes morales libres, ya que ÉL no es un esclavista, sino Padre de hijos que actúan según les plazca, si bien deben asumir las consecuencias de sus actos.

Lo que aquí dejo consignado no pretende ser la verdad revelada, pero quiero-eso sí- que les sirva de punto de partida para reflexionar acerca del sentido de la vida, si es que, como a mí, les inquieta su fascinante y estremecedor misterio. Y lo hago en cumplimiento de un ineludible deber de consciencia de quien sabe que en sus descendientes hay mucho de su ser humano y de sus genes espirituales.

Lo que sí quiero recomendarles, ahincadamente, es que sean todo lo buenas personas que les sea posible- aún más allá de lo excelentes que ya son, para mi satisfacción y orgullo- porque aunque no  debe serse bueno por negocio, sí es éste el mejor negocio que se pueda hacer aquí.

Muchas de las cosas que quisiera compartirles se me quedarán en el tintero, porque temo alargarme demasiado y- tal vez- resultarles insoportablemente tedioso-. Sin embargo y a riesgo de excederme, les ruego tener paciencia un par de minutos más, mientras entre otras cosas, les explico que  no les estoy enviando éste documento hoy, porque tenga premonición alguna acerca de mi próximo fin como asistente a esta gran Escuela, sino porque tampoco nadie me ha garantizado que si no lo hago ahora, lo pueda hacer después…

Debo agradecerles con todo mi corazón y con toda mi alma el que hayan enriquecido mi vida con su presencia y bondad, así como a mis amados progenitores, hermanos y colaterales encarnados y desencarnados, les debo agradecer- a los primeros su ternura, abnegación e infinitos cuidados- y a los demás su cariño, comprensión y solidaridad, que ha sido en buena parte el sostén de mis pasos sobre la tierra. A la memoria de la que fue-durante cuarenta y siete años- mi compañera de camino, mi paño de lágrimas, mi hermana en el paisaje y en los sueños, la inspiradora de mis mejores versos, la madre de mis hijos y  el bálsamo de Dios en mis heridas, mi dulce Bertha Sierra, le rindo el homenaje de este ramo de rosas vesperales…, que acaso sean las últimas que broten de lo que fue un jardín exuberante. A quienes haya ofendido o inferido algún daño inconsciente, o conscientemente, les pido humildemente y de rodillas, perdón y les expreso mi gratitud sin límites por otorgármelo.

Declaro que nadie, pero absolutamente nadie me debe nada y que de todos soy deudor, cuando no de facturas materiales, del bien inmarcesible de su comprensión benévola y fraterna. De manera muy especial, expreso por intermedio de Uds. mi gratitud a los poetas y cultores de las letras, el que me hayan acogido con ternura y afecto, como a un hermano largamente ausente, que inesperadamente irrumpe en el escenario, con su enorme fardo de vivencias a cuestas, la piel envejecida y el corazón repleto de nostalgias.

A la Vida, mi gratitud sin orillas por el privilegio de haber estado aquí y por haberme deparado tantos y preciosísimos regalos, como el de tantos seres que algunos llamarían, hijos, nietos, bisnietos, hermanos, sobrinos, amigos, pero que yo llamo ángeles, entre los cuales hay quienes de alma tan luminosa que me han magnificado los caminos y han tornado en vergeles mis eriales.

A mis maestros, que lo han sido todos los seres con los que he tenido algún contacto, mi gratitud infinita por la sabiduría que han compartido conmigo. De todos es sabido que mi universidad ha sido la VIDA, en la que he aprendido de los seres elementales, casi tanto como de mis demás maestros,  entre los cuales figuran en primera línea, Jesús de Nazaret, El Budha, Confucio, Sócrates, Aristóteles, Platón, etc. etc. Un pajarito de cualquier especie no necesita asistir a universidad alguna para aprender a ser pájaro; él simplemente ES y nada más. Un árbol no presume de nada, pero nadie le negaría su condición de tal, porque eso es lo que él ES: árbol. Una piedra de cualquier tamaño, es en cualquier idioma y en cualquier circunstancia, una piedra y no ninguna otra cosa, a diferencia de los humanos que precisamos de investiduras, que a manera de disfraces nos hagan parecer lo que no somos. Si nos limitásemos a ser simplemente HUMANOS, el mundo sería otra cosa bien distinta de esta de las apariencias y de las verdades mentirosas y de las mentiras verdaderas. A todos, gracias, porque de todos he aprendido; de los unos, cómo debe SERSE y de los otros, cómo no debe serse.

Si tan siquiera un diez por ciento del contenido de este escrito les fuera de utilidad, yo partiría satisfecho de no haber vivido en vano, tan largamente en este amado planeta azul.

Los amo infinitamente, los estrecho contra mi corazón y les auguro “buen viento y buena mar”, que yo del otro lado de este mar tempestuoso, los he de ver llegar con indecible regocijo, uno por uno, tan seguramente como que el sol alumbrará mañana.

Les recomiendo encarecidamente no consentir a sus hijos, ni ser permisivos con ellos, pues una cosa es amarlos y otra muy diferente es consentirlos. La experiencia demuestra que esta manera de proceder, los hace egoístas, resentidos y fatalmente desagradecidos, lo cual es la mayor desgracia que pueda recaer sobre un ser humano. Consentir a los hijos equivale a incapacitarlos para ser ellos mismos: entes morales libres, útiles y benéficos. Enséñenles a vivir con grandeza de alma y nobleza de corazón, como quienes entienden que “el que no vive para servir, no sirve para vivir”.

No se olviden de ser felices, pues la FELICIDAD es nuestra herencia inalienable; acéptenla como un precioso regalo y extiéndanla, porque sólo los bienes compartidos son bienes de verdad.

Ámense, compréndanse, ayúdense, sean solidarios, perdonadores, agradecidos, armoniosos, conciliadores, sencillos, y recuerden esto: “ser grande es sencillo, en realidad ser sencillo es ser grande”.

Su padre, su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo, su hermano, su suegro, su tío, su amigo, y su compañero de viaje y de camino,

 

JOSE TRINO CAMPOS